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El primer lugar que me costó habitar

VIAJES

6/13/20252 min leer

a car driving past a tall building with a sign on it
a car driving past a tall building with a sign on it

Después de Vietnam, tan vibrante, tan amable, tan lleno de gente linda y memorias transformadas en orgullo, viajamos por tierra a Nom Pen, la capital de Camboya.

Desde el primer momento, nos costó entrar en sintonía con el lugar. Algo se sentía extraño. Las calles eran ruidosas, caóticas, pero sin esa energía amable que habíamos sentido en Vietnam. La gente insistente, los tuk-tuk siguiéndote cuadras enteras, los vendedores que no aceptaban un “no” como respuesta. Y aunque al principio lo vivimos como algo molesto, poco a poco entendimos que lo que sentíamos era algo más profundo.

Porque Nom Pen no es cualquier ciudad. Es el centro donde la historia reciente de Camboya dejó su marca más brutal.

Fuimos al museo, aunque llamarlo museo se siente incorrecto. Era una escuela. Una escuela de verdad, con salones, ventanas, pizarras... Hasta que dejó de serlo. Porque durante el régimen de Pol Pot y los Jemeres Rojos, ese lugar fue transformado en un centro de detención, tortura y exterminio.

Y no lo disfrazaron para el turismo. Está exactamente como lo dejaron. Las camas de metal, los grilletes, las manchas. Las fotos en las paredes, los nombres, las historias. Caminamos por esos pasillos en silencio. Y aunque hacía calor, el cuerpo sentía frío.

Fue uno de los momentos más crudos del viaje. No porque no supiéramos lo que íbamos a encontrar, sino porque es imposible estar ahí y no sentir que algo se rompía dentro mío.

Y de repente, todo lo demás cobró sentido. La tristeza que flota, la tensión en los ojos, la insistencia en las calles. Porque cuando un país pierde a casi un cuarto de su población en cuatro años, no es fácil levantarse. No hay tiempo para transformar el dolor en relato. Todo sigue siendo presente todo sigue doliendo demasiado.

Vietnam, con todas sus heridas, se siente resiliente, incluso luminoso en su forma de sanar. Camboya, o al menos Nom Pen, aún no puede levantar del todo la mirada. Y no los culpo. Es demasiado reciente, demasiado duro, demasiado injusto.

Esa fue la primera vez en este viaje que quise estar en otro lugar. No sabía como habitar Nom Pen sin sentirme invasiva, sin sentir que mi presencia era ruido, privilegio y torpeza.

No sé si volvería a Nom Pen. Me dolió y necesitaba dejarlo escrito. Porque no todo lo que uno vive en un viaje es postal o recuerdo lindo. A veces, los lugares también te confrontan con lo que no sabías que tenías que mirar.