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Aviones en el cielo

VIAJES

6/8/20252 min leer

four fighter planes in mid air under white clouds during daytime
four fighter planes in mid air under white clouds during daytime

El 30 de abril en Ho Chi Minh es una fecha que se siente en el cuerpo. Celebrar 50 años desde el fin de la guerra de Vietnam no es solo una conmemoración: es una herida que se vuelve cicatriz, es un rugido colectivo, una memoria que sigue viva en la piel de quienes la heredaron.

Ese día, estábamos con Nacho entre la multitud. Hacía calor, de ese húmedo en que te sudan hasta los codos, y habíamos encontrado un rincón un poco más elevado desde donde se podía respirar mejor y mirar el cielo. Los helicópteros empezaron a pasar, uno tras otro, llevando banderas vietnamitas enormes que flameaban lento. Con cada helicóptero; barullo y celebración! Desde ahí, todo se sentía más amplio: el aire, el cielo, la emoción.

Luego empezaron a pasar los jets; primero los veías, después los escuchabas. Un sonido estremecedor y ensordecedor el cual solo era opacado por los gritos de celebración de la multitud.

Fue entonces cuando se nos acercó un hombre, tendría unos 35 o 40 años. Sonriente, amable. Nos preguntó de dónde éramos, si era nuestra primera vez en Vietnam, si nos gustaba su país. Una conversación casual, entre gritos y música.

Y después de un rato, nos dijo, con una seriedad inesperada, pero sin perder la calidez, que su abuelo y su padre habían luchado en la guerra. Su abuelo murió. Su padre sobrevivió.

Y entonces dijo algo que se me quedó clavado:

“Poder mirar al cielo y ver aviones sin tener miedo es un privilegio. Me siento honrado de vivir esto, por mí y por ellos. Por todos los que vivieron la guerra. Ver aviones en el cielo sin tener que temer por tu vida… eso es libertad.”

Me miraba directo a los ojos mientras hablaba. Y yo no supe qué decir. Solo sentí un nudo en la garganta, los ojos llenos de agua, la garganta apretada. Porque entre gritos, banderas y cánticos de celebración, por un microsegundo, entendí el miedo. Ese miedo que no es ansiedad ni angustia pasajera. El miedo de no saber si vas a sobrevivir. El miedo de escuchar un motor en el cielo y no saber si será lo último que escuches.

Nunca sabremos su nombre. Ni cómo honrar la memoria de su familia. Solo sé que ese momento se me quedó dentro.

Y no dejo de pensar que, mientras celebrábamos la paz en ese rincón del mundo, en otro lugar, ahora mismo, hay familias enteras mirando el cielo con miedo. Escuchando aviones, no con orgullo, sino con terror.

Qué injusta es la historia cuando se repite. Qué injusto que el miedo de uno sea parte del poder de otro.

Y qué potente fue, en medio de todo ese caos festivo, haber compartido ese pequeño instante de humanidad con un desconocido. Me sentí pequeña, agradecida y profundamente honrada de haber sido parte, aunque fuese por unos minutos, de su historia.